miércoles, 4 de noviembre de 2009

Violencia


Mi hija (año y medio) procuramos que nos vea
en los momentos buenos o mejores:
cuando nos abrazamos y besamos,
cuando las cosas discurren con lisura y eficacia,
cuando no hay gritos ni vajilla amenazada,
cuando nuestro roce cotidiano es fluido
y no hay asperezas que nos hagan estallar.
Es obvio que lo otro –lo regular, lo malo, lo peor–
también lo ve, y lo oye; pero creo
que después de todo
no nos las arreglamos
demasiado mal.
Es alegre, nuestra hija; y no hay foto ni momento
en que no sonría.
Le ha dado, quizá por todo ello,
por abrazar a otros críos cuando los ve.
Se lanza sobre ellos, los envuelve
con los brazos y les planta un beso en la mejilla.
A cambio de sus esfuerzos ya le han dado
algún que otro tortazo.
Delante de los ufanos padres en cuestión.
Y ayer llegó, a modo de confirmación definitiva,
la guinda del patrón de conducta habitual:
una niña, algo mayor que ella,
al verla repartir sus holas y sus besos
entre un grupo de críos,
se volvió hacia un niño y le susurró en voz baja:
«Esta niña es tonta.»
Me hubiera gustado
estamparle la jeta en el asfalto.
Y a sus progenitores
machacarles luego la cabeza.
Pero a eso
lo hubieran llamado
violencia


Roger Wolfe

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